Aragón, por múltiples razones, siempre se ha inclinado hacia Cataluña. A principios del siglo XX, Barcelona era la segunda ciudad de Aragón, después de Zaragoza, por el número de residentes aragoneses, alrededor de 50.000, y de casi 70.000 en toda Cataluña. En la tercera década, esa cantidad sufrió un importante incremento: el censo de emigrantes se estiró hasta los 120.000 ciudadanos. La región vecina vivía un momento de expansión y de convulsión a la vez: se creaban fábricas, se ampliaba el horizonte del trabajo, se producían los dramáticos desórdenes de la Semana Trágica de 1909, se fraguaban las pugnas sindicales, se registraba un interesante momento literario y artístico con el Noucentisme, el Modernismo y la llegada de las vanguardias; figuras como Antoni Gaudí, Santiago Rusiñol, Pablo Picasso, Juan Gris, Pablo Gargallo y Ramón Casas, entre otros, desplegaban su talento. Barcelona, en medio de los conflictos, respiraba vitalidad, perspectivas de futuro, algunas tensiones de identidad, y hacia allí encaminaron sus pasos numerosos aragoneses. Iban a encontrar estabilidad, se dirigían a “la cuna del trabajo”, sin duda, y a la vez llevaban en la cabeza y en el corazón la viva memoria de Aragón.
Por eso, muy pronto, los aragoneses sintieron la necesidad de establecer un punto de encuentro, un espacio de tertulia donde se hilvanasen los recuerdos, los proyectos de futuro e incluso un vínculo concreto con el territorio que habían dejado atrás.
Origen, fiesta y socios
Casi como una consecuencia natural, un grupo de aragoneses se reunió sucesivamente en la calle Baja de San Pedro 82, en Mendizábal 17 y finalmente en la calle del Correo Viejo 5 para fundar el Centro Aragonés de Barcelona. La fecha definitiva fue el tres de enero de 1909. Los fundadores fueron Miguel Allué, Agustín Lecha, Martín Usán, Eladio Hernández, Miguel Oliván, Francisco Gaudó y Blas Solanilla. Del cónclave salió la primera Junta Directiva y el nombre de un presidente, más bien efímero, Tirso Ortubia, que no tardaría en ceder su puesto a Hermenegildo Gorría Royán, un auténtico sabio en materias tan diferentes como la ingeniería agrícola e industrial, la farmacia o la arquitectura. De inmediato debieron de surgir desavenencias, o sencillamente se matizó mejor la gestión: pocos días después hubo otra reunión de la que salió un nuevo organigrama; el Centro iba a contar con una Junta Directiva y una Junta Consultiva, y aún siguen ahí, cien años después, vigentes en los estatutos.
La creación del Centro Aragonés de Barcelona se vivió como un acontecimiento: se preparó un banquete para ochocientos comensales en el Teatro Condal y en el Palacio de Bellas Artes, ya en sesión vespertina, se organizó un festival de jota y rondalla. Uno de los fines del nuevo recinto, según sus estatutos, era la beneficencia: destinadas a ese objetivo se recaudaron 265 pesetas. El otro objetivo esencial era la instrucción, que incluía la educación y la difusión cultural. Y los estatutos prohibían el uso y la promoción de la política. Sin embargo, la política iba a ser uno de los caballos de batalla –un foco de polémicas, de actividades, de conflictos y de disidencias, y a la vez de utopías– del Centro Aragonés de Barcelona al menos hasta la Guerra Civil.
El éxito de esta nueva asociación, que tenía un claro parentesco con los ateneos y con los centros excursionistas y naturistas, fue inmediato: a finales de 1909 ya había 1.300 socios. En su mayoría eran comerciantes, funcionarios y burgueses; se inclinaban hacia las tareas de beneficencia y las labores sociales, algo muy en boga en aquellos momentos, pero tampoco rehusaban realizar contactos de negocios. El carácter emprendedor de los asociados era evidente. Crearon muy pronto una cooperativa destinada al comercio de los productos aragoneses: frutas y hortalizas, vinos, carnes y embutidos. Algún tiempo después, a comienzos de 1912, el expurgo en el ‘Boletín’ (que empezó a editarse ya en mayo de 1909) del Centro arroja esta curiosidad: se organizó una expedición de comerciantes aragoneses y catalanes (que no eran socios) a Constantinopla, y tal vez a otros lugares de Oriente, donde fueron recibidos con entusiasmo patriótico por Fernando Antón de Olmet, “marqués de Dosfuentes y prócer instalado en aquellas tierras”. El Centro, como ha recordado el estudioso Carlos Serrano en su artículo para la revista Rolde ‘Dicen que hay tierras al Este: aragoneses en Barcelona (1909-1939)’, nacía con la vocación de ser la “Casa de todos los aragoneses”, una vocación desgajada de intencionalidad política o cuando menos contemporizadora: “Amando a la Región amamos a la Patria, porque el amor a la tierruca, por grande e inconmensurable que sea, no mengua el amor a la madre única que se llama España”. En esta frase del ‘Boletín’ de 1910 se encuentra el epicentro de disputas, sinsabores y deserciones que padecerá el Centro. Pronto, muy pronto, en concreto desde finales de 1913, empezarían a germinar otros ideales, más sociales, más populares o menos elitistas si se quiere, que darían lugar en marzo de 1914 a la fundación del Centro Obrero de Barcelona, cuyo primer presidente sería Ramón Toda.
En esa primera época se produjo un auténtico baile de sedes: el Centro se trasladó a la Plaza Real 12, y de ahí a la Rambla de Santa Mónica 25, la antigua sede del Círculo Ecuestre. A la par, continuaba ensanchándose el intercambio recíproco de Aragón y Cataluña: nacía el Centre Catalá en Zaragoza y más tarde el Centro Aragonés de Tarragona. El Centro Aragonés de Barcelona multiplicaba sus servicios y propuestas: creó un grupo excursionista (en la monografía del Homenaje al Centro Aragonés de Barcelona, 1909-1992 se decía que organizó su primera salida el 9 de mayo de 1909 y “aunque ese día llovió de forma torrencial, todos disfrutaron de lo lindo”), las correspondientes “secciones de Cultura, Beneficencia, Instrucción”, la citada cooperativa, la mutua y el montepío.
El eco y el magisterio de Costa
El año 1911 estuvo marcado, al menos en sus inicios, por la muerte, el ocho de febrero, del polígrafo y jurista Joaquín Costa, que será uno de los personajes más recordados a lo largo de la centuria y objeto de homenajes en Barcelona y en Graus; consta que la directiva del Centro siguió con preocupación la penosa enfermedad de Costa y que mantuvo correspondencia con sus familiares. Existe otra anécdota curiosa que ilustra la nostalgia de Aragón y el amor a la tierra. Un grupo de asociados realizó su primer viaje a Aragón: se recorrieron más de 300 kilómetros de Huesca, Zaragoza y Teruel, entre el cinco y el catorce de agosto. El viaje en tren, la estancia en fondas y hoteles y la manutención costaron 100 pesetas por cabeza. La recepción cariñosa y solemne a los expedicionarios evidenciaba que el Centro, a pesar de “su escasa edad”, gozaba de crédito y de reconocimiento.
Ese prestigio también se evidenciaba en Barcelona. Y fue eso, y la concatenación de ilusiones y ayudas institucionales, lo que hizo posible un nuevo sueño: una sede propia. El Centro Aragonés había tenido que trasladarse de nuevo, en este caso a los bajos de la calle Sepúlveda 179; al final, tras tanta mudanza, el presidente Pascual Sayos logró aunar volutades y presupuestos para que el Centro Aragonés de Barcelona dispusiera de un edificio propio. Se compró un solar de 1.240 metros cuadrados en lo que eran las ruinas del convento de Valldonzella, y se contactó con un arquitecto de prestigio como Miguel Ángel Navarro (Zaragoza, 1883-1956) para que realizase el proyecto. Zaragozano, hijo del arquitecto Félix Navarro y un excelente profesional, asumió la obra, se trasladó a Barcelona, donde por cierto se había licenciado en 1911, y concibió un suntuoso caserón que se inició, de manera real y simbólica, el 31 de mayo de 1914 con la colocación de tres piedras de cada provincia: una de Zaragoza, perteneciente a la muralla romana del paseo del Ebro, junto al convento del Santo Sepulcro; otra de Teruel: un sillar del torreón de Andaquilla, y otra de Huesca, tomada de la vieja muralla de la ciudad en la ronda de Montearagón. El edificio constaba de sótanos, planta baja, dos plantas más distribuidas en cinco alturas, y tenía un teatro, el Goya, que podía albergar a casi 1.000 personas, repartidas entre las 300 butacas de nogal y sus 49 palcos. El arquitecto Navarro lo había dotado de platea móvil. El contratista fue Antonio Vidal, y debe hacerse constar un curioso detalle: Basilio Paraíso, el alma de la Exposición Hispano Francesa, había sido designado presidente honorífico del Centro Aragonés de Barcelona, según Valeriano C. Labara también fue su “fundador moral”, y participó con su empresa ‘La Veneciana’ en la decoración de los cristales policromados de las villas de Aragón. La carpintería de obra y artística la asumió el presidente Pascual Sayos Cantín, que no solo se esmeró sino que “hizo mucho más de lo que estaba obligado a hacer y de lo que de él había derecho a exigir”.
El empeño contó con apoyos institucionales. El Ayuntamiento de Zaragoza, presidido por José Salarrullana de Dios, aprobó en pleno y por unanimidad la concesión de 8.000 pesetas durante ocho años ininterrumpidos al nuevo espacio. Esa sede propia, tan anhelada, se inauguraría el siete de septiembre de 1916; la puerta de acceso hacía prácticamente chaflán con las calles Torres Amat y Poniente, a la que, por iniciativa de los dirigentes aragoneses, se le cambiaría el nombre por la actual calle Joaquín Costa en 1923. Desde Zaragoza se fletaron dos trenes con 1.200 personas, numerosas autoridades de las tres provincias y una comitiva de periodistas, entre ellos José Blasco Ijazo y Juan José Lorente. Se realizó un desfile desde la anterior sede hasta el nuevo espacio, con la Banda Municipal de Barcelona encabezando la marcha al compás de pasodobles. Presidieron el acto, entre otros, los alcaldes de Barcelona, el Marqués de Olérdola, y el de Zaragoza, Sallarrullana de Dios. En el salón de actos se pronunciaron los discursos; se ofreció una comida en el Mundial Palace para 500 invitados; los actos, de diversa índole, continuaron hasta el día once.
Se celebraron fiestas de jota, que ha sido un elemento importante a lo largo del siglo XX, en las que intervinieron cantantes muy reconocidos como Cecilio Navarro de Zaragoza, ‘El Chino’ de Huesca y León Albertino de Teruel; actuó el Orfeón Zaragozano, que interpretó La mort d’un escola del maestro Clavé y, en la plaza Monumental, se organizó una corrida de toros con Florentino Ballesteros y Algabeño II. Además, se montó una exposición de Bellas Artes, en la que participaron Julio García Condoy, Mariano Barbasán, Joaquín Pallarés, Juan José Gárate, Anselmo Gascón de Gotor, Salvador Gisbert, Mariano Oliver, Marín Bagüés y Pablo Gargallo, entre otros. Pocos días después se publicaba un número extraordinario del ‘Boletín del Centro Aragonés’, con portada de Ramón Alonso, donde se explicaba toda la gran operación y se recogían los discursos y cartas de adhesiones. Isidro Comas Macarulla, ‘Almogávar’, escribía: “…Y ahí está la esbelta, suntuosa y simbólica ‘Casa de Aragón’ en Barcelona, apabullando con su mole todas las razones en contra de la labor realizada y realizable por la colonia aragonesa, por una mínima parte de ella, mejor dicho. (…) Instrucción, beneficencia y cooperación en su más lato [sic] sentido forman la base de sustentación de nuestro ideal, ni más ni menos que las tres piedras angulares de Zaragoza, Huesca y Teruel soportan bravamente el peso glorioso de nuestra magnífica ‘Casa’”. Allí, entre otras muchas cosas, se decía que la exposición constaba de 117 piezas, 77 cuadros, 12 esculturas, 17 dibujos y “un regular número de obras de joyería, orfebrería y mueblería artística”.
El «boletín», el Ebro, la política
Isidro Comas Macarulla: ya ha aparecido otro nombre clave en la historia del Centro Aragonés; en 2008 fue objeto de una estupenda monografía, Isidro Comas, Almogávar. La poé tica vida de un aragonesista de Tamarite de Litera de Valeriano C. Labara Ballestar, que coeditó el Centro Aragonés de Barcelona con Rolde en 2008. Era vicesecretario desde 1911, fue su primer bibliotecario y fue el alma de las ‘Tertulias Aragonesas’ que se celebraban todos los jueves desde 1917 y que suscitaron tanto interés como desconcierto en la cúpula de mando. Aquellas tertulias en ocasiones se convertían en conferencias que abordaban asuntos polémicos porque merodeaban los pantanos de la política, “esa plaga que todo lo envenena”, como declararía años después Pascual Sayos a La Crónica de Aragón. La sección de instrucción, por su parte, organizaba sesiones dominicales de solfeo y piano, corte y confección, francés e inglés, geometría y gramática, lecciones de derecho mercantil. El ambiente resultaba un tanto paradójico: por un lado se vivía un importante periodo de esplendor y por otro se percibían las fricciones y los abandonos: Juan José Alonso dejó la dirección del ‘Boletín’ en 1917, que cada vez se abría más a las colaboraciones, el pintor Joaquín Sorolla publicó una carta en él, y en 1919 sería el propio Sayos quien abandonaría la presidencia por “cuestiones de salud”. Pero parecía haber otras razones de peso: la vindicación de un aragonesismo nuevo frente a la orientación más aséptica y centralista de la Junta Directiva, la aparición de un artículo anónimo en La Publicidad, en agosto de 1918, donde se vertían graves acusaciones contra él. Y, muy especialmente, el nacimiento de “un foro de acción aragonesista”, que dio origen ya en 1917 a la Unión Regionalista Aragonesa (URA); este grupo, poco después, bajo el estímulo de Gaspar Torrente, puso en marcha la revista El Ebro, que iniciará su andadura en ese año y la culminará en 1933. La URA –que también tendría un ramal joven, Juventud Aragonesista, y acortaría su nombre como Unión Aragonesista– ya no se marchó del Centro, pero tenía sus propios ideales: mostraba adhesiones no fáciles de asimilar y una clara beligerancia a lo que algunos denominaban el centralismo, “un regionalismo perfectamente compatible con el amor a la patria”, tal como había escrito Marceliano Isábal. Cuando este conflicto entraba en ebulli ción, a Isidro Comas Macarulla, ‘Almogávar’, se le fue la mano y la crítica en el uso de adjetivos: calificó como “política personalista y absorbente” la de Pascual Sayos, habló de persecución, de santonismo y de virulencia, y este buscó pretextos para dimitir.
Lo reemplazó el pediatra barbastrense Andrés Martínez Vargas, que coqueteaba con la Unión Monárquica Nacional. Desde la revista El Ebro se cuestionaba “el feudalismo” imperante en el Centro Aragonés frente a la propuesta popular del Centro Obrero, aunque entre las dos asociaciones, con mayor o menor disimulo, siempre hubo respeto. El empresario, periodista y líder del aragonesismo, Gaspar Torrente, de vez en cuando, ponía el dedo en la llaga, y eso le acarrearía la enemistad de los responsables del Centro: “Somos aragoneses y aragonesistas, no aragoneses y centralistas… Nuestra ideología está manifestada con el hecho de proclamar la nacionalidad de Aragón. ¿Ha existido la Nación aragonesa? Si ha existido, ¿por qué negarla?”. El ‘Boletín’ y El Ebro eran como dos campos de batalla ideológicos, aunque ambos contaban con colaboradores comunes, como el citado ‘Almogávar’ y otro aragonesista más moderado como Julio Calvo Alfaro, que era director de la revista de la URA y a la vez tenía una sección muy seguida, ‘Temas aragoneses’ en el ‘Boletín’.
Una mirada hacia atrás sin ira revela que El Ebro y el ‘Boletín’ mantenían encendido el faro de Aragón en Cataluña con una dialéctica constante que se movía entre la complicidad, la crítica y el antagonismo. A Martínez Vargas lo sustituyó Rafael García Fando en 1922, y a este, al año siguiente, el republicano Rafael Ulled. Su mandato coincidió con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, pero él trajo una bocanada de aire fresco y de apertura ideológica. Ahora era frecuente que algunos disidentes como Manuel Sánchez Sarto, el propio Calvo Alfaro o Isidro Comas dictasen charlas, o que incluso se descubriese una lápida en honor de Joaquín Costa, en un acto entrañable en el que participaron varios colectivos como el Centro Obrero, el grupo excursionista Ordesa, Unión Aragonesista y su filial Juventud Aragonesista, hecho que volverían a repetir para celebrar el centenario del nacimiento de Francisco de Goya. En octubre del año anterior, 1927, se habían organizado unas jornadas sobre la participación aragonesa en el Descubrimiento de América, bajo la coordinación de Julio Calvo Alfaro, y se leyeron artículos de Isidro Comas, Andrés Giménez Soler y Ricardo del Arco, que no pudieron asistir, tal como recuerda el historiador Valeriano C. Labara. Si hubo recelos con el aragonesismo político, desde el Centro Aragonés siempre se defendió un aragonesismo económico y desde el ‘Boletín’ se apoyó la creación de la Confederación Hidrográfica del Ebro y de la Academia General Militar, la línea de Canfranc, la Universidad de Verano de Jaca.
EXPANSIÓN CULTURAL
Los seis años del mandato de Rafael Ulled fueron muy importantes: en 1923 la calle Poniente pasó a denominarse Joaquín Costa y se instaló la iluminación exterior del edificio; como eco de la presencia del corredor Dionisio Carreras en las Olimpiadas de París, donde quedó noveno en la maratón, el Centro Aragonés creó una sección de deportes con boxeo, gimnasia, tenis y fútbol; en enero de 1924 se convocaron por vez primera los ‘Juegos Florales la Corona de Aragón’ y en mayo se fundó el ‘Orfeón Goya’ con 82 voces femeninas y masculinas, bajo la presidencia de Cayo Murga y la dirección musical de Mariano Mayral, una agrupación que cosechó fama y que actuó en el Teatro del Liceo en 1930.
A Mariano lo reemplazaría, años más tarde, su hijo, el tenor Ricardo Mayral, que era presentado como ex orfeonista. El buen trabajo de Rafael Ulled será reconocido por el Ayuntamiento de Zaragoza: el alcalde Miguel Allué Salvador visitó el Centro Aragonés y le impuso la Medalla de la Ciudad, lo cual da una idea de la atención con que se seguían los trabajos y los días de los emigrantes aragoneses en Cataluña.
A Rafael Ulled lo sustituyó Carlos Muntadas, que pertenece a la familia propietaria del Monasterio de Piedra. Su gestión duró dos años, a él le cupo el honor de vivir otro período ilusionante: la Exposición Universal de Barcelona de 1929. Se programó una Semana Aragonesa en el Palacio de Proyecciones y en el Pueblo Español. Hubo exposiciones, cine documental, espectáculos folclóricos y conferencias, que impartieron Isidro Comas y Ricardo del Arco, entre otros. El monarca Alfonso XIII, en su visita al Pueblo Español, asistió –“gratamente sorprendido”, según las crónicas– a un recital del jotero José Oto, que dirigió el Orfeón Goya y la rondalla del Centro. Desde entonces el Centro Aragonés pareció vivir un período de agitación permanente: regresó a la presidencia Pascual Sayos; el año 1932 se lo repartieron Domingo Montón Ibáñez y Felipe Herreros, y en ese lapso se alquiló por primera vez el Teatro Goya; Enrique Celma Alcaine asumió el máximo cargo en 1933 y José G. Costa Alvero permaneció entre 1934 y 1937, y fue un presidente que intentó la consolidación del Centro y que emprendió la tarea de su remodelación por un valor de 75.000 pesetas. Los socios, en medio de una galopante crisis económica, de una sucesión de huelgas y de la fragilidad de la II República, habían bajado a 700. Curiosamente, por la misma fecha el Centro Obrero superaba los 3.000 afiliados, y había participado, tal como recordaba el historiador Carlos Serrano, “en la Conferencia Económica de Aragón” y “en 1934 hospeda a hijos de los huelguistas de Zaragoza (paralizada por un interminable paro general), organiza una suscripción de apoyo y crea, poco después, una Caja de Pensiones para la vejez”.
El sueño interrumpido: la Guerra Civil
El estallido de la Guerra Civil no fue especialmente cruento en Barcelona, al menos en sus inicios. Eso se ha escrito muchas veces; sin embargo, el reportero Agustí Centelles escribió en su Diario de un fotógrafo. Bram, 1939 (Península, 2009): “De febrero de 1937 al 25 de enero de 1939, Barcelona ha sido bombardeada más de 200 veces por la aviación y dos veces por barcos. Ha habido miles de víctimas y de destrozos en los edificios. Muchas veces, de día y de noche, sonaban las sirenas sin que diera tiempo a ir a los refugios. Y otras muchas veces caía la carga mortífera sin que hubiera sonado la alarma”. Los rebeldes del ejército nacional no pudieron hacerse con la ciudad. El espectacular y lujoso edificio del Centro Aragonés de Barcelona fue incautado por el Comité Revolucionario de Servicios Públicos y más tarde por el Sindicato Único de Espectáculos Públicos. Gracias a la mediación del abogado aragonesista y funcionario de la Generalitat Mariano García Villas, que ya había sido director del ‘Boletín’ en 1927, no se produjeron ni el expolio ni la agresión a las instalaciones por parte del bando anarquista. No solo eso: durante el período de combate, se organizaron distintas actividades culturales y lúdicas, y las dependencias se convirtieron en un espacio de reunión y de encuentro de familiares de combatientes de ambos bandos.
Los políticos e intelectuales de la emigración asumieron responsabilidades y compromisos diferentes: algunos partieron al combate, otros apoyaron el Consejo de Aragón en Caspe, como Gaspar Torrente, sobre todo en un primer instante, y otros como Calvo Alfaro se retiraron de la política. Otros aragoneses, que habían frecuentado el Centro en mayor o menor medida y que conformaban la bandera de la intelectualidad aragonesa y aragonesista en Cataluña, tomaron el forzoso camino del exilio, como Joaquín Maurín, el activo y aún beligerante Ángel Samblancat, que nunca se mordió la lengua ni mitigó la fuerza de la pluma, Manuel Sánchez Sarto o García Villas, que tuvo que dejar la presidencia. Aquí nos encontramos con otro personaje capital en esta historia: Mariano García Villas, lo conocían como “el pequeño Costa” por su excelente oratoria y sus conocimientos. Había sido presidente de Juventud Aragonesista (a cuya sección femenina estuvieron muy vinculadas sus hermanas Carmen y Pilar), secretario de Unión Aragonesista e intervino en la comisión que redactó el Estatuto de Caspe de 1936. Fue abogado en San Salvador y catedrático de universidad en Costa Rica. En 1986 regresó a España ocasionalmente y recibió un homenaje en el propio Centro Aragonés.
Barcelona fue tomada por las tropas insurgentes a principios de 1939 y ahí, de otro modo y con una intensidad menos cruenta, empezaba otra guerra: la de la lasitud, la de la derrota, la del imperio, la del regionalismo apacible y bien entendido. Al menos, hasta el despertar de los años 60.
Los años oscuros
Durante la Guerra Civil, el Centro pasó a denominarse Casa de Aragón. No tardó en recuperar su nombre clásico y fue el Centro Obrero Aragonés, por motivos obvios ante las nuevas circunstancias, el que pasó a ser conocido como Centro Cultural y Recreativo Aragonés, y a finales de los 80 pasó a denominarse Casa de Aragón. La sede de la calle Costa tuvo nuevos directores: José Royo Zurita asumió la presidencia tras Mariano García Villas; Jesús Tricas Abenoza lo hizo en 1943 y Amado Serraller Carral, en 1945, que ya fue un año especialmente significativo. Serraller, definido como “un hombre polémico aunque considerado por todos como un gran gestor”, afrontó un puñado de reformas del edificio y formalizó el contrato de arrendamiento del Teatro Goya con el empresario Enrique Marcé. En el número especial de Homenaje al Centro Aragonés de Barcelona 1909-1992 se dice que “a grandes rasgos, el famoso contrato cedía al empresario todas las prebendas para la gestión y comercialización del teatro, teniéndolo que ceder únicamente en la fecha del 12 de octubre para las fiestas patronales de la entidad. A cambio, Enrique Marcé financió el elevado coste de las obras de la remodelación, así como las que posteriormente se realizaron en 1957”.
La situación en España había cambiado de la noche al día. Franco acabó con el antiguo régimen de libertades y con el impulso de modernidad que había supuesto la II República. La primera década de la posguerra fue especialmente dura para el Centro Aragonés de Barcelona. Mucho tiempo después se comprobaría que aquellos fueron años doblemente oscuros: no se editó el ‘Boletín’ entre 1940 y 1959 aunque se publicaba una modesta hoja que se denominó igual, y se perdieron todos los ejemplares del ‘Boletín’ desde 1909 hasta la Guerra Civil; según distintas conjeturas, fueron extraviados por un colectivo de estudiantes que se propuso realizar una historia del Centro. En 1972, se recibió una importante donación que incluía buena parte de la colección perdida.
En 1952 accedió a la presidencia Antonio Lázaro Irache, que permaneció en el cargo diez años. Él alimentó y lideró algunos cambios o novedades de interés: se creó el estudio de dibujo y pintura de Guillermo Pérez Baylo, que ha sido uno de los artistas capitales del Centro (y hubo varios de enorme mérito como Fernando Bernad, Vicente Rincón, José Aced, bibliotecario y artista, José Gonzalvo, Manuel Blesa…) porque lo hizo todo: pintó retratos, realizó caricaturas y acuarelas, carteles y dibujos, ejecutó murales que aún siguen ahí, en la sala Costa, diseñó portadas. Siempre estaba dispuesto a ceder su talento: sentía que el Centro Aragonés de Barcelona era su segunda casa y, de algún modo, su segundo estudio. Él vivió en Barcelona volcado hacia Aragón, su patrimonio, su cultura y sus gentes, y en cierto modo encarna a un tipo de emigrante dinámico, creador, de éxito en su profesión, que jamás olvidó sus raíces, el paisaje de su infancia y su juventud, ni los maestros con quienes se había formado. A principios de los 50, Julio Calvo Alfaro y José Aced publicaron dos números de Cuadernos Literarios Ebro, que era un vano intento de recuperar la pujanza de la antigua publicación El Ebro. Aquí, José Aced se encargaba de la parte artística. El pintor redactó las Memorias de un aragonesista (Rolde, Ayto. Alcorisa y Centro Aragonés de Barcelona, 1997. Edición de José Luis Melero y José Ignacio López Susín), donde recuerda a distintos artistas y amigos que frecuentaron el Centro Aragonés y el Centro Obrero como Carmen Osés, Felipe Coscolla, Martín Durbán o Eleuterio Blasco Ferrer.
También se reformaron los estatutos y se creó la Agrupación ‘Montañeros de Aragón’, que, merced al entusiasmo y la entrega de Francisco A. Peiré, alcanzó una gran notoriedad. No solo notoriedad: desplegó una actividad intensa y tendió puentes con distintas asociaciones de montañeros de Cataluña, y encarnó “en la diáspora el espíritu de los grandes escaladores aragoneses”. En 1956 se firmó un amplio convenio de colaboración con la Institución Fernando el Católico y se creó la figura de un delegado que, al parecer, asumía la representación de tres centros aragoneses: el de la calle Costa, por supuesto, el de Canuda y el de Sarriá. Ese convenio no es algo protocolario en absoluto; con mayor o menor intensidad ha sido un añadido cultural importante porque, todos los años, la Institución Fernando el Católico colabo ra con ciclos de conferencias que encarga a catedráticos, historiadores, escritores, artistas. La nómina sería realmente inacabable: desde Ángel Cañellas, José Manuel Blecua e Ildefonso Manuel Gil a Eloy Fernández Clemente, Agustín Ubieto, José-Carlos Mainer, Aurora Egido, Carlos Forcadell o Guillermo Fatás. Con Amado Serraller de presidente se acometieron nuevas reformas estructurales, se crearon nuevos servicios y se instaló la escalera actual de mármol, financiada en su mayor parte por el Gobernador Civil de Barcelona, Baeza Alegría.
Las bodas de oro
A Lázaro Irache también le tocó celebrar la primera efeméride importante del Centro: sus bodas de oro, sus primeros cincuenta años. Los actos se desarrollaron entre el 30 de mayo y el 14 de junio de 1959. Dos semanas de actividades de lo más diverso, como era tradicional. Hubo desde una misa de difuntos en recuerdo de los socios fallecidos hasta una Caravana de la Jota, un concierto del Orfeón Goya en el propio Teatro Goya, corridas de toros, banquetes, concursos de fotografía, baile de gala, etc. Lo más entrañable y popular fue “la petición hecha por la Junta Directiva a las autoridades militares competentes para que todo soldado que estuviese cumpliendo sus obligaciones con la Patria y fuese nacido en Aragón pudiera disfrutar de un permiso especial, cosa que se consiguió ante el regocijo de reclutas y soldados que fueron obsequiados por amigos y familiares en el Centro”. Asistieron a los actos principales el arzobispo de Barcelona Gregorio Modrego, el Gobernador Civil Felipe Acedo, el presidente de la Diputación de Zaragoza Antonio Zubiri y el alcalde de Zaragoza Luis Gómez Laguna, que tenía en la montaña y en la fotografía dos de sus grandes pasiones, y también estuvo el historiador del arte y escritor José Camón Aznar.
En 1962 inició su mandato, de dos años, José Sanz Royo. Aquel fue un año malhadado de inun daciones en la provincia de Barcelona, en la que perecieron algunas personas y se estropearon los campos de cultivos y los enseres domésticos. El Centro, haciendo honor a su tradición, organizó una suscripción popular y recogió entre sus 3.000 asociados más de 62.000 pesetas, que entregó para la causa. Al año siguiente se produjo uno de esos homenajes simbólicos que servían para reconocer el talento y para estrechar lazos entre Aragón y Cataluña. El distinguido fue Bernabé Martí, el tenor de Villarroya de la Sierra (Zaragoza), que se había casado con la soprano Montserrat Caballé y había logrado importantes éxitos profesionales.
La década de los 60 fue especialmente fructífera. Parecía que España salía de su letargo, se multiplicaban los polos de desarrollo, florecían las primeras disidencias a la dictadura y se incrementaba la llegada de aragoneses a Cataluña, y a Barcelona en particular. Los núcleos rurales de Teruel y Huesca buscaban futuro lejos de la agricultura y la ganadería. El edificio de la calle Costa, con las limitaciones políticas del momento, era lo que siempre había querido ser: un espacio de encuentro, un lugar de tertulia, el refugio común de los aragoneses que acudían al baile popular de los domingos, a las distintas actividades (billar, ajedrez, naipes, rondalla y jota, canto), a las reuniones de montañeros. Es la época en la que brillan muy especialmente agrupaciones como la peña ‘El Moquero’, en la que participó un jovencísimo Ángel Orensanz, o una de fútbol denominada Real Zaragoza.
En aquella época fue cuando una expedición de los ‘Montañeros de Aragón’ del Centro Aragonés, con José y Francisco Subils y Francisco Cardeña a la cabeza, descubrió las grutas de Cristal de Molinos (Teruel), en la impresionante cueva de las Graderas. José Subils y Fernando Godoy fallecerían más tarde en un accidente espeleológico y de ello dio cuenta luego el ‘Boletín’.
A José Sanz Royo lo relevó José María Álvarez en 1964, y a este, en 1966, Paulino Usón Sesé, que debió hacerse cargo de un nuevo cincuentenario: el de la inauguración del gran edificio de Miguel Ángel Navarro. Quizá porque estaba muy reciente la anterior conmemoración, las bodas de oro de la sede del Centro no pasaron a la historia. Se prolongaron durante cuatro días con misa, proyección de documentales, partidas simultáneas de ajedrez, cenas, bailes y un concierto del Orfeón Goya. Una apostilla crítica subraya que “la cosa no dio para más, pese a que la época era de vacas gordas, económicamente hablando, pero no se daba la talla en el aspecto cultural”. Por agotamiento o por falta de imaginación, no hubo fulgor en el aniversario, aunque sí se recibieron muchas adhesiones de casi todo el país.
El peso de las peñas
Con todo, con esas lagunas culturales sugeridas, el Centro progresaba: crecía cada día, aumentaban las peñas y la actividad de sus asociados. En 1966 nació la ‘Peña Huesca’, que sería muy importante por su dinamismo y por sus semanas culturales.
Su fundación fue casi un acontecimiento y un soplo de aire fresco: organizaba ciclos de conferencias, debates, proyecciones, exposiciones, y creó un conjunto de premios de los Altoaragoneses del año que tuvieron un gran eco. La lista de invitados y de distinguidos es realmente espectacular: José Antonio Labordeta, Joaquín Carbonell y Ana Martín, en la música; Ánchel Conte y Francho Nagore, en la órbita del aragonés; Alfonso Zapater, Jesús Vived y José-Carlos Mainer, en la literatura; José Antonio Biescas, Santiago Marraco o León Buil, en la política, etc. Entre los distinguidos como ‘Altoaragonés del año’ figuran Ramón J. Sender, Armando Abadía, Escrivá de Balaguer, Antonio Durán Gudiol, Carlos Saura, José Vicente Torrente, Ángel Orensanz y Antonio Ubieto. Seleccionamos estos nombres, entre otros muchos, porque dan la medida de la pluralidad y de la categoría del empeño. La ‘Peña Huesca’ trajo aires nuevos al Centro, volvió a debatirse, aunque solo fuera por aproximación y con la debida cautela, sobre política, sobre el lugar de Aragón en la política española. El inquieto José Lera creaba el I Ciclo de Teatro Leído que se prolongó durante tres años.
España estaba cambiando y Franco, a punto de morir. Las nuevas perspectivas sobre Aragón, sobre el Centro y sobre la cultura habían penetrado. Sectores próximos a Andalán y a una nueva concepción de la nueva sociedad democrática –desde el periodista Plácido Díez Bella hasta el historiador y profesor Juan Manuel Calvó Gascón, la maestra María Victoria Broto o el escritor Francho Rodés, por citar algunos nombres– crearon una corriente paralela y disidente que lideró la revista Secano. Y solían colaborar –como lo hizo durante muchos años otro activista incansable del Centro: Juan Antonio Usero– con periódicos aragoneses, especialmente el Diario de Teruel, donde publicaban sus crónicas o artículos sobre la emigración. Los emigrantes aragoneses en Cataluña eran activos, querían conocer mejor la historia de Aragón y se sumaban a la fiesta de la democracia, a la espiral de la utopía. Por entonces, Barcelona acogió en el Palacio de Deportes de Montjuic un multitudinario festival en honor de la revista Andalán. Iban llegando nuevos presidentes: Ángel Barón Guerrero en 1974; César Alias en 1978; Fermín Gazulla en 1979; luego vendría Joaquín Bajén, que permanecería en el cargo desde 1983 a 2002, al que sustituiría el actual presidente: el darocense Jacinto Bello López.
Algunos dicen que Fermín Gazulla salvó al Centro Aragonés, en medio de una gran crisis, “si no de su desaparición, sí de un deterioro económico, social e institucional que hubiese sido prácticamente insalvable”, como se recuerda en Homenaje al Centro Aragonés de Barcelona, 1909-1992. Gazulla y su equipo organizaron las ‘I Jornadas de Emigración Aragonesa’, que tuvieron gran éxito y fueron una revelación y un modo de tocar una cuestión palpitante. José Ramón Marcuello entrevistaba para Andalán, en enero de 1979, a un portavoz de la Asamblea de Emigrantes Aragoneses en Cataluña, 350.000 según él, y le respondió así: “Defendemos, por supuesto, la cultura catalana y a Cataluña. Defendemos también a Aragón y a la cultura aragonesa, una cultura que no hemos podido desarrollar, una lengua abortada en el siglo XIV y una identidad de pueblo que, en ocasiones, no ha ido más allá de la jota. La pervivencia de esta identidad aragonesa […] creemos que debe ser analizada y sistematizada, al igual que deben serlo las relaciones y el modo de articulación entre la comunidad y cultura catalana y las diversas comunidades y culturas de los emigrantes”. El portavoz también criticaba la labor de los centros regionales: decía que habían abandonado “en la posguerra, la labor propuesta que habían desempeñado anteriormente, para convertirse en centros folclóricos, en el sentido más peyorativo de la palabra, y más reaccionario”, y a la par anunciaba un “progresivo resurgir y desarrollo del aragonesismo tanto en nuestra Región como entre la población emigrante”. Unos días después, en medio de una polémica sobre la división de la intelectualidad catalana ante un manifiesto de apoyo a Federico Jiménez Losantos, Plácido Díez Bella decía en una carta al director que eran 400.000 los aragoneses en Cataluña, y esa epístola provocó una respuesta de Joaquín Corella Rando, que había sido el último presidente de la Mutualidad Aragonesa de Previsión y Socorro, donde le aseguraba que “los Centros han actuado muchas veces conjuntamente y las relaciones entre los tres Centros en Barcelona son y han sido siempre, como deben ser entre hermanos”.
En 1980 se inauguró una prometedora ‘Muestra de Pintores Aragoneses’ con la obra de Francisco Marín Bagüés. Las artes plásticas han tenido su desarrollo en el Centro; allí se han expuesto obras de pintura, de escultura o de fotografía, y han contado con certámenes específicos y con un plan permanente de exposiciones.
Botella al mar del futuro
Joaquín Bajén ha sido un presidente que ha dejado una gran impronta en el Centro Aragonés. Estuvo implicado en su gestión hasta sus últimas consecuencias y además asumió la presidencia de la Federación de Casas Regionales Aragonesas de España, cuyo objetivo era, y sería, “cohesionar y canalizar las inquietudes de todos los centros aragoneses de España y presentarlas, con una imagen común, de cara a las instituciones, y también por el puro idealismo de defender lo aragonés fuera del territorio”, según declaraba a El Periódico de Aragón en diciembre de 1992. A él le correspondió asumir las bodas de platino del Centro (1909-1984), que estuvieron protagonizadas por el arte, por un ciclo de conferencias impartido por primeras espadas como José Manuel Blecua, José Luis Merino, Guillermo Fatás y Luis Monreal Tejada. El acto central fue la inauguración de un monumento el nueve de junio de 1984 a Francisco de Goya, que había sido una idea inicial del presidente Usón y su directiva. El alcalde de entonces, Pasqual Maragall, asistió al acto y recibió el acta de cesión del ya expresidente Gazulla. El monumento lo realizó el escultor de Rubielos de Mora José Gonzalvo y costó cuatro millones de pesetas (unos 24.000 euros de hoy).
Joaquín Bajén ha sido para casi todos un presidente ejemplar. Él le devolvió el brillo al Centro, con la ayuda institucional del Gobierno de Aragón, que se ha implicado en el apoyo a la programación cultural, a las distintas actividades y en los distintos procesos de remodelación del edificio.
El nuevo presidente Jacinto Bello sigue esa línea de trabajo, de consenso, de apertura, e intenta captar a la gente joven para cualquiera de las disciplinas y actividades que se desarrollan en la calle Joaquín Costa. A Jacinto Bello le gusta recordar que la fiesta más importante del Centro es “la fiesta del Pilar. Realizamos una misa multitudinaria en la iglesia de Santa María del Mar, y por la tarde hacemos un festival en el teatro Goya. Es nuestro festival más importante del año, pero mantenemos un alto número de actividades y de propuestas. Queremos que el Centro sea un lugar vivo de convivencia, de tertulia y de intercambio”. Ambos, Bajén y Bello, han logrado que el Centro Aragonés de Barcelona sea la “casa de todos los aragoneses” y mantenga un vínculo permanente y muy creativo con Aragón. Sigue habiendo teatro, jota y rondalla, ajedrez, clases de aragonés, música, mantiene su pulso el ‘Boletín’, se publican libros en régimen de coedición (sobre Ramón y Cajal, Miguel Servet, José Aced, Isidro Comas, entre otros) y se sigue apostando por multitud de actividades culturales ya clásicas: presentaciones de libros, conciertos, conferencias, proyecciones de cine, teatro, políticas de colaboración con instituciones y espacios culturales de Barcelona, ciclos temáticos sobre Luis Buñuel, Ramón José Sender o Cajal. El Teatro Goya –“…precioso, esbelto en sus líneas, alegre y cómodo en todos los departamentos”, tal como se dijo en su apertura– ha sido remodelado y ahora su gestión corre a cargo del grupo Focus.
En 1998 se produjo la fusión entre el Centro Obrero Aragonés (ahora ya Casa de Aragón) y el Centro Aragonés de Barcelona: ambos llevaron vidas paralelas, se mezclaron en muchas ocasiones, y al final se produjo la unión anhelada. El delegado de la IFC Jesús Pemán decía en 1992: “Yo abogo por la unificación, pero veo difícil que esto se pueda conseguir”. Sugería una propuesta de futuro: “Aragón no es la partida de ‘guiñote’, el moquero o la bandurria, es muchas cosas más, allí en la propia Huesca, Teruel o Zaragoza y, sobre todo, aquí que estamos más lejos, tenemos que trabajar más fuerte”. Al final se logró la unidad y se celebró por todo lo alto la entrega de actas.
El Centro Aragonés de Barcelona, a pesar de la falta de recambio de generaciones jóvenes, sigue estando alerta a la producción cultural de Aragón. Uno de los ejemplos más perfectos de esta vitalidad es, sin duda, la maravillosa biblioteca de más de 14.000 volúmenes, que dirige la maestra entusiasta Cruz Barrio, y que es un lugar de referencia y de investigación por la riqueza y la variedad de sus fondos. De algún modo, esa biblioteca simboliza especialmente el amor infinito por el patrimonio, el arte, el paisaje, la historia y la literatura de Aragón.
El Gobierno de Aragón, a través de la convocatoria anual de ayudas a las Casas de Aragón, le ha concedido periódicas subvenciones tanto para la organización de actividades como para obras de mantenimiento y equipamiento. El Centro recibe las publicaciones de asunto aragonés. La celebración del centenario del Centro ha supuesto un apoyo especial. Se han aportado 200.000 euros para la rehabilitación del Teatro Goya y se ha colaborado con distintas instituciones catalanas; se han aportado 150.000 euros para la reforma de la biblioteca, el bar y otros servicios. La obra social y cultural de Ibercaja ha efectuado una derrama de 180.000 euros para diversas obras de mejora del edi ficio. Turismo Aragón ha instalado en la planta baja una Oficina de Turismo, que intenta tender puentes con la apuesta que ya se hizo a finales de los años 30 mediante la colaboración con el SIPA (Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón) y con los grupos de excursionismo; en 2009 ha contribuido con 21.500 euros a la remodelación del vestíbulo. Por otra parte, el Departamento de Educación, Cultura y Deporte aportó 10.000 euros para mejorar la ordenación de la biblioteca. Y se han financiado otras actuaciones de forma directa como el mural El lugar de los sueños, el cartel y la serigrafía de Jorge Gay, uno de los proyectos más importantes, en un sentido artístico, de la efeméride. A lo largo del Centenario, que ha contado con diversos actos, han visitado el Centro Aragonés de Barcelona tanto el Presidente Marcelino Iglesias, que inauguró un nuevo y cuidado libro de firmas en marzo de 2009, el libro que celebra los 100 años, como el Vicepresidente José Ángel Biel, el Justicia de Aragón, Fernando García Vicente, el general Fernando Torres, Hijo Predilecto de Zaragoza 2009, la concejala del Ayuntamiento de Zaragoza Pilar Alcober, Fernando Alvira Banzo, director del Instituto de Estudios Altoaragoneses, y distintas autoridades catalanas: Antonio Fogué, presidente de la Diputación de Barcelona; Carles Martí, primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona; Joaquim Llena, consejero de agricultura de la Generalitat de Barcelona, y Katy Carreras, comisionada del Ayuntamiento de Barcelona. La gala del Centenario estuvo conducida por el escritor y periodista Luis del Val y contó con la presencia de Carmen París, esa mujer que ha modernizado la jota y la ha incorporado sin complejos a su música y a sus canciones.